30.10.14

Diario interestelar I

Recuerdo que caminaba descalza voluntariamente. Antes de bajarme del tranvía, ya no llevaba zapatos. Recuerdo que, como casi todo lo que hago, me entró la prisa en el último momento. Muy cerca estuve de continuar hasta la estación de trenes. Pero salté al camino empedrado de la ciudad en que viví, la ciudad que en sueños reinventé.
Y primero caminaba despacio, y el camino se me antojaba más largo de lo que era unos meses atrás. Y me descubrí al lado del río, y comencé a pensar que tal vez te habías marchado, que tal vez escapé a toda prisa del tranvía, dejando solo a mi padre en un país enemigo, arriesgándome a perder nuestro tren, para no volverte a ver. Porque me plantaría en tu puerta y tal vez tú te habrías marchado.
Llegué hasta ese trozo de madera blanca, con el tiempo pegado, evitando la ciudad, envuelta en personas que no sabían nada de mí. Y tu nombre apareció en un buzón tan rápido como pude ver una luz azul saliendo de tu ventana. Te llamé y esperé a que salieras a la calle, a que me levantases en brazos y me llevases al río.
Y allí apareciste. Y no te habías marchado, pero ése ya no eras tú.