15.2.14

Rabia contenida.

Tal vez es porque ando algo borracha,
o porque no te quiero más,
nadie podría decir cuál es este veneno.

Suspirar me está dando la vida
cuando me la va a quitar
- que esto se me ha ido de las manos, no es ninguna sorpresa.

Quizá fue tu culpa, quizá fue la tuya [dirán],
sólo sé que lo que empuña este bolígrafo no es mi remordimiento
- sólo sé que me quiero como no me ha querido nadie.

Me he cansado de errores, me he cansado de todo
- sólo sé que estoy aquí y que no veo a nadie más

¿Hablamos de besos culpables? Entonces mejor callar,
nadie será buen juez, ni nadie lo podrá evitar
- sólo sé que me quiero y que creo que no necesito más.

Diles que se vayan, y que lo hagan por la puerta de atrás,
que yo ya no puedo con tantas ganas de respirar.
Pero avisa, que marchen despacio, porque tal vez los trate de alcanzar
- diles que yo sólo me quiero porque no me quiere nadie más.
Y si es tiempo de cambio, seré yo quien espere a los demás
porque acabo de entender que tal vez no te escriba jamás.

Y el que me dice qué está bien
-¿quién me puede decir qué está mal?-
no puede saber qué es lo que quiero esperar
- no puede saber nada más
- que yo sólo puedo ante un espejo gritar.

Qué vendrá más tarde que llamaré mi bienestar,
qué es lo que me importa ahora que sólo trato de olvidar
- que he aprendido que lo importante no es echar a volar
- que sólo pido vivir sin despertar
- amar sin añorar
- ser una y ser en paz.

Que me dejen andar sin mirar atrás,
que eso es lo que quiero: caminar.

6.2.14

Unos amaneceres son más largos que otros.

Hacía girar el anillo con sus dedos. Hacía bailar el anillo, despacio y a su antojo, en su consciencia. Hacía girar el anillo, despacio y a su antojo, ante la atenta mirada del renombre en persona. El anillo bailaba sobre las rodillas del tormento. El anillo se tambaleaba según el peso del decoro caía sobre él. En fin, allí estaba, con cara de pan, jugueteando con el anillo en su mano derecha y acorralando metáforas en la capa más superficial de su mente.
- Ya no pienso.
- En realidad ya nadie piensa.
Al frente, talle rígido, expresión forzada, la sombra de su consciencia clavaba la vista en el anillo. Ese desgraciado pedazo de metal que dejaba más huellas por dentro que por fuera. Se podría decir que todo lo sucedido pasaba por él. Tres hectáreas de tierras fértiles y risas vacías eran dominados por apenas siete gramos de plata envejecida.
- Ya no pienso en él.
Se giró. Trató de recomponerse. No había oído nada.
- ¿Qué hacemos con el vestido? El amarillo se ha desteñido. Podemos conservarlo así y guardarlo en el armario del dormitorio de invitados. Que duerma con las polillas. O podemos tintarlo de nuevo. Si lo va a volver a usar, habría que volver a coser las partes de encaje, ¿sabe?, asegurarlas, después de tantos años andan un poco flojas. Los hombros son demasiado gruesos, ahora las chicas jóvenes los llevan más finos. Podemos recortarlos o poner unos más modernos, sí, de eso creo que me encargaré yo. Ah, y habría que buscarle un volante nuevo, al viejo le cuelgan algunos hilos...
Pero el anillo seguía bailando en su mente. El vestido estaba tan muerto como su amarillo tras dos décadas de uso. Dos décadas de almuerzos, de bailes bajo el sol, de sonrisas, de primaveras, de copas que accidentalmente caen al suelo, de miradas furtivas, abrazos desesperados, muecas de reproche y lágrimas de perdón. Y, victoriosamente, había logrado acabar en sus dedos. El viento del norte podía sacudir los cimientos de la casa, pero jamás alcanzó las raíces del anillo.
- No pienso en...
La puerta principal cerrándose acalló todo discurso posible. Unos ojos color miel, a los que ya no restaba nada de dulce, se clavaron en su nuca.
- ...nada. Hola.