26.8.16

Geschlecht.

Género perdido
entre retales de metal

género pedido
por piedras y escaleras

género buscado
al compás de una pared

género inventado
detrás de cada piel

género perdido
de problemas en la piel

4.8.16

IV

Y si nunca me hubiese ido
nunca habría vuelto
no tiene ahora mucho sentido
tal vez
pero es importante

aunque no tenga mucho sentido
algún día tal vez
llegue a entenderlo
y eso también es importante

11.6.16

30

Ni primavera florida
ni corazón bajo la manta
ni temblor bajo el pecho
ni templo mojado
de tormenta de verano.

9.10.15

27. Juli

El tiempo es como el mar. Cada ola que alcanza la orilla, muere.
¿Y si aprendes a nadar, y si te pierdes mar adentro?
A veces podría desear saber retroceder, desdibujar mis pasos.
¿Volveré a acariciar esa dicha?
Aún se me atasca ese olor en la garganta.
¿Proyectar un futuro volviendo la vista al pasado?
El porvenir se disecciona en bucles sobre lo que ya se ha hecho.
¿Es un avión destinado a estrellarse?
De eso se trata, la experiencia.

25.9.15

Molicie.

Hubo un domingo en el que lancé una moneda al aire. No sabía muy bien qué hacía, por qué lo hacía. Sin embargo, esa moneda sí sabía, mejor que nadie, todo lo que sería de mí más tarde. Era una moneda muy pequeña.
¿Suelo echar monedas al aire en momentos de duda? No. Desde luego que no.
¿Lo he vuelto a hacer después de ese domingo? Dios, no. Dos horas más tarde vi el resultado. Me dio tanto miedo que juré no volver a lanzar monedas jamás.
Ha transcurrido cosa de un año. La moneda, como cayó sobre la blanca repisa de madera, descansa en un recóndito recoveco de mi cartera. ¿La he vuelto a ver después de ese domingo? Dios, no. Me dio tanto miedo que juré no volver a ver esa moneda jamás.
Todavía recuerdo el olor que impregnaba la habitación de aquella blanca repisa de madera.
Unos meses después, cuando la vida se desmoronaba como la lava cae del volcán, pensé que lo único que podría hacer las veces de columna sería encender una vela. Y, mientras prendía la llama, sólo pensaba en la moneda, en la moneda escondida en uno de los pliegues de mi oscura cartera.
¿Qué hizo esa llama? Hizo que el techo se convirtiera en un globo aerostático.
Desde ese momento, comenzó el terror. Desde ese momento, me aterraba la idea de volver a prender la llama. Tanto, tanto miedo. La llama era alguien más durmiendo en un minúsculo cuarto de ventana cerrada. Se ocultaba dentro del armario, yacía sobre una estantería, rodaba bajo la cama, se acurrucaba en una esquina del escritorio.
Creo que la moneda le hablaba de mí a la llama cuando yo no estaba.
¿Por qué lancé una moneda y por qué encendí una vela?

28.6.15

17 signos de que el fin está cerca.

¡No somos nadie!
Brujas, duendes, hadas, dientes, flores, reveses y, ¡ay!, desenlaces. Y lo primero sucede después de lo séptimo, y lo quinto se esconde tras lo tercero y el tercero se desploma sobre el octavo.
Que te mata un reloj si te pilla desprevenido.
¿Y qué decir de esa apabullante sonrisa? ¡Que se cae, que se cae!
La manzana rodando por el suelo, posos de café en el cielo.
- Bolsas de té, siempre en los pies.
Aquella tan tierna, clavándose las uñas en el brazo. Aquel tan certero, huyendo en busca de su regreso, ay, tan certero. ¡Y tan estrepitoso fue todo, tanto deliraban, tanto creían, tanto caían!
¡Ay, que se cae! ¡Ay, que se rompe!
Y aquella, la otra, tan bruja y tan tonta. Y aquel, el duende, tan bruto y tan certero. Y la otra, y la otra tan triste y tan rota. Y aquel, que se murió, tan pobre.

13.6.15

Mi junio de primavera III

Chorros de lava se desprendían de las ventanas, de los edificios, de las calles y yo sólo podía pensar en cerezos en flor. Se derretía el materialismo viejo pero las abejas saltaban de alegría.
Es que yo tenía el estómago lleno de abejas, y la cabeza llena de pájaros. Si me preguntaban por mí, sólo sabía responder de papeles, de polvo, de dolores, de estornudos. Pero, ¿sabes?, pensaba en tantas cosas. Tantas cosas. Tantas cosas que cualquiera se sorprendería, imagínate, en una cabeza así de pequeña, cómo pueden caber esas cosas, si ya está medio llena de pájaros.
Chorros de lava se desprendían y hacía un calor terrorífico. Chorros de lava y yo sólo pensaba en flores de cerezo. Algunas flores sólo entienden de marchitarse, algunas flores pasan la vida y se secan, otras nada más quieren abejas. Mi tía siempre me llamó flor, pero yo aún no sé qué tipo de flor soy. No lo recuerdo.
Que no soy una de esas flores que se [necesito un verbo que quiera decir derrumbarse, porque una se derrite y ya no le queda otro remedio] lo imaginé hace mucho tiempo, cuando mi tía me llamaba flor, porque voy paseando entre chorros de lava y aquí sigo, plantadita sobre dos piernas -que, todo sea dicho, pueden ser mías o pueden no serlo- y mirando almendros en flor. ¿Almendros? Cerezos. ¿Cerezos o almendros? Será que llevo las gafas sucias, será que no llevo gafas.

16.5.15

Y, para colmo, era jueves.

Era el día más caluroso del año. Las tierras se regaban solas con el sudor de los esclavos. Una señora mayor gustaba de pasear entre los jóvenes, esos que sudaban, maldecían, se deshacían. Es una costumbre tan vieja como yo, murmuraba para sí, y sólo me la quitarán cuando me despellejen y me retiren las tripas. Hacía tanto calor que juraba que podía notar cómo se le evaporaba el alma. Era el día más caluroso del año y ella tenía que esconder su pelo bajo un pañuelo.
Los azadones bailaban torpes en las manos de hábiles mulatos. Ella se tostaba, pero sólo por dentro. Era una señora demasiado mayor perdiendo su alma por segundos. Pero era su costumbre, torturarse bajo el sol mientras se preguntaba unas cosas y se desrespondía otras. Los azadones bailaban torpes y ella sentía su ritmo y lo acompañaba con los pies y los esclavos no se daban cuenta, porque sudaban, maldecían, se deshacían. Y ella paseaba intentando no echar a perder los zapatos en la tierra, que estaba sucia, muy sucia. Se preguntaba qué habría hecho con los manteles de lino. También se preguntaba qué habría hecho cuando aún estaba vivo y se desrespondía que, si los muertos hablasen, ella no se preguntaría unas cosas ni perdería la cabeza por otras. Hacía tanto calor.
Hacía tanto calor y los jóvenes mulatos agarraban los azadones firmes, seguros, violentos. Había oído que así hacían otras cosas, de la misma manera, pero ella ya tenía unas cosas en la cabeza, demasiadas cosas en la cabeza, como para preguntarse por las otras cosas, aunque se hiciesen de la misma manera. Se le derretía el sentido y con los pies guardaba el mismo ritmo que sus negros con sus azadones y no lo sabía, no lo sabía nadie.
Y su marido muerto no pasaba calor porque estaba muerto. No se le descomponía el cerebro preguntándose unas cosas y torturándose con otras. Era el día más caluroso del año y nadie lo echaba de menos. Porque si ella no lo echaba de menos, nadie lo echaba de menos. Tantas veces tantas palabras volaban las mismas en su cabeza que se la sentía estallar. Juraba que estallaría. Y ese calor horrible que la iba evaporando no se quería ir. Ese calor cruento. Ese calor horrible estaba cogiendo la costumbre tan vieja como fea de no dejarla pensar y si ella no pensaba, tal vez se moriría, como su marido, que no pasaba calor y que no pensaba porque estaba muerto. Y si ella no pensaba, y si ella se moría, ella no se preguntaría jamás nada, y no se desrespondería unas cosas ni se estrujaría los sesos con otras. No se volvería loca y no podría seguir el ritmo de los negros con sus terribles azadones con los pies y no podría bailar al son de una vida que le había llegado por casualidad, que se le escapaba por necesidad y que vivía por no morirse, porque los muertos no pasan calor, no se preguntan cosas, no se vuelven locos.
Era el día más caluroso del año y de la tierra sólo subía calor y ese calor era sanguinario, porque circulaba en su sangre, porque se le metía dentro de los zapatos, que estaban hechos una pena porque la tierra estaba sucia, muy sucia, y dentro de los pies, que se movían sin remedio, sin prisa, sin pausa. Y los manteles blancos de lino deberían estar colgando de una cuerda, desde un árbol hasta otro árbol, desde unas cosas hasta otras cosas, arrastrando, barriendo una pequeña parte de sus tierras sucias. Se preguntaba por los manteles y se preguntaba por la vida, porque no la entendía.

10.5.15

Equilibrio - I

Y vuelvo a ti como las olas del mar a su orilla.
Inevitable.
Salada.
Desaforada.
Impetuosa.
Y danzando.
Cíclica.
Para irme.
Para volver.
Para volver a volver.

28.4.15

Sillas y horas.

Dicen las piedras que las sombras reptan como los grajos cuando aprenden a volar.
Se queja el niño que no puede jugar otro rato más.
Los libros suspiran en la oscuridad de cajas viejas, precintadas, polvorientas, muertas de risa.
Toallas coloridas se enmohecen.
Risas compungidas enmudecen.
Dicen las piedras que las sombras ya no charlan entre ellas. Que se han cansado, dicen. Hablan de banderas blancas y de policías jubilados.
Un reloj se acaba de descolgar de una pared.