27.11.09

Fru

Llevaba dos horas absorta mirando a Fru. Sentada, apoyada la cabeza en la mano derecha, sin perderse el más mínimo detalle de cómo ese pequeño ser engullía poco a poca aquella hojita de lechuga.
Hacía sólo horas que lo tenía y ya notaba que sin él estaría perdida. Porque se lo había regalado su hermana pequeña antes de que marchara, y porque, como la niña le había dicho, “es muy especial”. Fru era, en aquellos momentos, el recuerdo más vivo que tenía de su hogar y de sus seres queridos.
Había llegado a la ciudad a la hora de comer, y ya había aborrecido a esas personas carentes de color con las que compartiría los próximos diez meses de su vida.
Recordaba años pasados… Las constantes discusiones que se oían en el edificio, la ausencia de reconocimiento, el exceso de soledad y el frío aire contaminado que entraba por las noches a su tétrica habitación. La monotonía, el aburrimiento o el tiempo. La seriedad.
De repente, frunció el ceño y se olvidó de todo, porque algo la inquietó. Quizá Fru había comido demasiado.
Ese caracol se había convertido en su principal preocupación.

No hay comentarios: