13.6.15

Mi junio de primavera III

Chorros de lava se desprendían de las ventanas, de los edificios, de las calles y yo sólo podía pensar en cerezos en flor. Se derretía el materialismo viejo pero las abejas saltaban de alegría.
Es que yo tenía el estómago lleno de abejas, y la cabeza llena de pájaros. Si me preguntaban por mí, sólo sabía responder de papeles, de polvo, de dolores, de estornudos. Pero, ¿sabes?, pensaba en tantas cosas. Tantas cosas. Tantas cosas que cualquiera se sorprendería, imagínate, en una cabeza así de pequeña, cómo pueden caber esas cosas, si ya está medio llena de pájaros.
Chorros de lava se desprendían y hacía un calor terrorífico. Chorros de lava y yo sólo pensaba en flores de cerezo. Algunas flores sólo entienden de marchitarse, algunas flores pasan la vida y se secan, otras nada más quieren abejas. Mi tía siempre me llamó flor, pero yo aún no sé qué tipo de flor soy. No lo recuerdo.
Que no soy una de esas flores que se [necesito un verbo que quiera decir derrumbarse, porque una se derrite y ya no le queda otro remedio] lo imaginé hace mucho tiempo, cuando mi tía me llamaba flor, porque voy paseando entre chorros de lava y aquí sigo, plantadita sobre dos piernas -que, todo sea dicho, pueden ser mías o pueden no serlo- y mirando almendros en flor. ¿Almendros? Cerezos. ¿Cerezos o almendros? Será que llevo las gafas sucias, será que no llevo gafas.

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