8.12.10

Voz dormida para el tiempo.

Reposo en el fondo de mi cueva, como la voz que descansa tras la canción de tu cuerpo. Como el cuervo que dejó de esperar a que amaneciera e inventó su propia mañana. Y duermo, esperando ser el sueño de tu voz, o ser tu voz dormida.
Las palabras quedaron en el aire y se impregnaron en las nubes, a medida que te alejabas y las dejabas en libertad. La lluvia cayó, deseosa de encontrar la paz en el suelo, y me impidió oírte. A veces pienso que no dijiste nada, y que el último de tus recuerdos grabado en mi mente fue aquella lluvia de barro.
Tu reflejo no llega hasta el fondo de mi cueva. Las paredes empapadas, la puerta destrozada y las mariposas rotas, volando, buscan la salida, salen al jardín y huyen del cuervo. Lo sé porque lo creo, lo espero, pero queda más allá de mi posibilidad de percibir. Es sencillo hasta mojar. Sólo puedo oír al cuervo.
La repetición de cada día hasta que el verde se torna gris, y el gris desaparece, y las ventanas se rompen porque no se pueden abrir. El cielo se cae a pedazos y arrasa con la porción de mundo que queda en tus manos. Mis queridas mariposas sí consiguieron evadir la lluvia, pero el precio que pagaron fue muy alto. El cuervo destrozó sus alas.
Y éste es el último recuerdo que me dejaste. Que tus ojos no caigan en el tedio del sol. Déjame ser tu mundo, porque no tengo otra opción. Y vuelve a la cueva, la cueva que me encierra, donde no existe el tiempo y las estructuras caen por su propio peso. Súmete en la memoria y duerme conmigo, con tu voz dormida.

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