6.6.14

Sueños y planes.

Se miraban. Se clavaban la mirada hasta hacerse sangrar en ideas. Él estaba sentado a los pies de la cama, en el lado derecho, tan tenso como relajado, tan calmado como desesperado. Banda sonora: el roce de sus ásperas manos al tocar su barba de tres días. Necesitaría una buena ducha, pero eso no era lo más urgente entonces. Ella estaba de pie, esquina izquierda del dormitorio, junto a la ventana, jugando con la cortina. La corrió. Con un movimiento de espalda tan grácil como estúpido, se separó de la pared. Tres pasos, y estaba en el centro de la habitación. Tenía un poco de frío. Alguno de los dos tenía que acabar con ese silencio que se les antojaba eterno. Así que él habló. Y como cada vez que se dirigía a ella, no se trataba de ninguna súplica en vano:
- Quítate la ropa.
Y como cada vez que se dirigía a ella, ella le obedeció. Despacio, pero sin intención de detenerse, llevó sus manos hasta la altura de su pecho. Tres maniobras con las manos, tres botones desabrochados. Su vestido cayó al suelo con la misma facilidad con que se había abierto. Las manos a la espalda, el sujetador al suelo. Las manos a la cintura, las bragas al suelo. Uno y dos: el pie izquierdo fuera y al suelo, el pie derecho fuera y al suelo. Y porque sabía que para él no estaría desnuda mientras su pelo siguiera recogido, lo soltó. Eso tenía que ser quitarse la ropa. La cinta que antes sostenía cabello fue, pues, al suelo. ¿Qué era lo único que ya no estaba en el suelo? Ella, que huyó a la cama.
Subió por el lado izquierdo, contemplando su espalda. Tantas promesas que habrían debajo de aquella camiseta gris. Él dejó de mirarla cuando ella comenzó a andar. Tres pasos, y estaba en la cama. Él dejó de mirarla porque, estando dispuesto a dárselo todo, no podía en ese momento darle la vista. Era una cuestión de equilibrio: tenía que retener tres segundos de sí mismo antes de olvidarse. Tenía que cerrar los ojos durante tres segundos para poder ver el resto de su vida.
Sólo entonces, se giró. 

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